Cuando una persona se cuida, no necesariamente dice que sí a todo, aunque la gente la juzgue y la repruebe.
Desde pequeña yo había sido instruida, como buena ciudadana, a dar y servir, sobre todo a la familia, pero nunca se me enseñó a amar a mi comunidad.
Creo que nos hemos olvidado de saludar a nuestro vecino, de cuidar los árboles que están enfrente de la casa, de recoger la basura de la banqueta. Damos poca importancia a las juntas vecinales y no nos unimos como voluntarios para limpiar nuestros parques.
Cuidamos a nuestras familias y con eso nos sentimos satisfechos, pero cuando en verdad nos amamos, nos comprometemos con muchas otras personas.
Por ello esta declaración de abundancia es la primera y, probablemente, la más importante. Dar y recibir es lo mismo, como las dos caras de una misma moneda. En el acto de dar está el de recibir, porque al dar te sientes extraordinariamente bien.
Recuerda las veces en que has participado con alguna persona como dador sin esperar recibir algo a cambio. Acuérdate cómo te sentías, cómo fuiste a dormir aquella noche.
Cuando damos a los demás y no nos damos a nosotros, nos volvemos personas tristes y rencorosas. Queremos que los otros nos den lo que necesitamos y, como no siempre lo hacen, nos sentimos víctimas.
Hay que recuperar el sentido de esa palabra tan desprestigiada: "egoísmo", y comenzar a abrir nuestro corazón y nuestra mente para sentir amor hacia nosotros. A diferencia de la egolatría (el amor excesivo hacia uno), el amor por uno, es algo a lo que hay que aspirar.
Te preguntarás por qué no nos damos en abundancia. Yo creo que nos cuesta trabajo darnos porque no nos sentimos suficientes... Suficientemente buenos, suficientemente listos, suficientemente valiosos. No nos damos lo que merecemos porque vivimos atrapados en un trance que dice que nos hemos portado mal. Es algo que repetimos mentalmente todo el tiempo. Entramos en ese trance desde muy pequeñitos.
¿Sabes? Todos vivimos momentos vergonzosos por no haber actuado de la mejor manera. Son momentos acerca de los cuales no hemos platicado con nadie porque nos sentimos muy mal con nosotros mismos. Su recuerdo nos duele, aunque nos da por hacernos los fuertes, los malos, los bufones, los insensibles, los santos... lo que sea con tal de olvidar y no sentir aquello que produce vergüenza y desaprobación. Al fingir perdemos mucho de nuestro poder, porque en el fondo no nos consideramos suficientes: merecedores.
No obstante, si preguntas por ahí descubrirás que casi todos los seres humanos queremos hacer el bien y no necesariamente repetir aquello que nos avergüenza. En nuestra visión del mundo casi siempre actuamos de la mejor manera posible. Sin embargo, a veces no lo hacemos como hubiéramos deseado y nos da por castigarnos. Se nos olvida que somos aprendices; aprendices de la vida, del amor, del respeto y de la integridad. Vamos por el mundo como si fuéramos sabelotodo y expertos, a pesar de que no somos ni lo uno ni lo otro.
Así que me gustaría que dedicaras unos minutos a estar contigo y a pensar en qué áreas no te sientes suficiente. Piensa y observa cuántas veces al día entras en la conversación interna de insuficiencia, esa que habla todo el tiempo dentro de tu cabeza y te dice que no eres lo suficientemente inteligente, capaz, bueno, paciente, guapo, etcétera. ¿Hace cuánto tiempo te esfuerzas por cambiar, por ser alguien diferente?
Por eso nos molesta equivocarnos. Si fuéramos más como niños y disfrutáramos el juego de la vida, nos tomaríamos todo un poco más a la ligera y volveríamos a intentar sin sentirnos tan mal por haber fracasado. Recientemente, mi amigo Pepe me dio una nueva definición de la palabra fracaso: "dígase del paso anterior al éxito". Me agrada, ¿Y a ti?
Este texto proviene del Libro: EL SECRETO DE LA ABUNDANCIA: Siete Semillas Para Vivir en Plenitud que forma parte del Entrenamiento 7 Semillas de Amor y Abundancia